Contenerse es casi como robar.

Todo cambia demasiado rápido. La historia y el conocimiento se multiplican por si mismos, de manera exponencial, y nos deja a todos atrás. En pelotas.

Abrimos las ventanillas de nuestros coches y buscamos las señales, pero las indicaciones ya han quedado viejas para cuando acertamos a verlas nitidamente.

Vivimos inmmersos en un gran tsunami, una revolución tecnológica a lo bestia.

Los americanos lo llaman periodo disruptivo, una palabra que ellos han inventado y que hace referencia a una gran interrupción, una ruptura brusca.

De pequeños siempre nos han dicho que el sacrificio es la llave del éxito. Que el mercado laboral es duro y alienante pero que eso es lo que hay. El curro es curro. Y hay que ser sacrificado. El que más. Así se consiguen las cosas.

El trabajo, ya sea físico o mental, obedece siempre a las mismas pautas preestablecidas que hay que seguir.

Productores locales y emprendedores.

No nos ha importado meter horas extras. Obedecer y seguir el manual, ha sido siempre lo que hay que hacer. Uno entra en el mundo laboral y cambia su tiempo por dinero, en alguna tarea repetitiva con la máxima aspiración de que esa tarea no resulte demasiado coñazo.

Esa es la herencia que nos deja el viejo régimen. Aquel donde el dueño de la fábrica lo gobernaba todo. Como decía Marx, los que ostentan el monopolio de los medios de producción. El jefe. Esa era la única manera de labrarse un futuro. Encontrar un gran organigrama empresarial y someterse a él.

Hemos mandado mails a horas intempestivas de la noche para demostrar a nuestros jefes que nuestro grado de implicación con nuestra empresa es alto. Nos hemos sacrificado mucho por ella y no nos hemos quejado jamás. Aceptamos las directrices de la empresa y no cuestionamos nunca la manera de proceder. Agachar las orejas ha sido siempre la mejor opción.

La obediencia era la mejor vía para adaptarte al sistema y progresar en él. Esas han sido siempre las relaciones de dependencia entre trabajador y amo. Muy parecidas a las que se establecen entre los países exportadores de petroleo y los países que dependen de él. Si no tienes petroleo ponte a la cola y espera tu turno.

Pero la era industrial, la que vivieron nuestros padres y nuestros abuelos, está resquebrajándose. Toda esa herencia cultural que hemos recibido, todas esas pautas que nos han dado, están quedándose obsoletas. Las reglas del juego están cambiando ahora.

Por una sencilla razón: el acceso a los medios de producción está democratizándose. La distribución global está al alcance de casi todo el mundo.

Hoy en día si tienes un ordenador personal estas cerca de convertirte en el dueño de la fabrica. La revolución digital, te la ha puesto en las manos. Y eso ha saltado todo por los aires.

Las viejas relaciones laborales marcadas por la dependencia amo- trabajador están dejando paso a una nueva economía formada por hombres libres.

Es una nueva economía donde las ideas y los productos extraordinarios han encontrado un nuevo campo de batalla. Un terreno fértil. La era en el que la obediencia a dejado paso a la creación. Y en esta era de la creación, contenerse, es casi como robar.

 

Las pequeñas empresas y empresas unipersonales cuentan con un mayor margen para la innovación y la creatividad. Organizaciones locales y las empresas-persona cuentan con una capacidad mucho mayor de maniobra. Asumen el riesgo en su día a día y lo entienden como la piedra angular de su plan de negocio.

Son personas que tienen clara una cosa; las ideas extraordinarias, las que son escasas y por tanto valiosas, son el activo más importante. Ideas, productos y servicios que no temen salirse de la norma, de lo establecido y que entienden el nuevo marketing como conexiones profundas con las personas, y no como fuerza bruta del departamento de ventas.

En Eskualde queremos revindicar esta clase de trabajadores y contar sus historias. Queremos que sus ejemplos sean una inspiración para nosotros. Emprendedores vascos y productores locales como Kikis Alamo o Igor Obeso en Hondarribia e Irun. Gente que ha hecho de su pasión su oficio. Su forma de ganarse la vida. Y es que ya se sabe, los hombres y los monos aprendemos por imitación.

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