El fin de las fábricas

Las fabricas han aportado a los trabajadores grandes dosis de estabilidad y seguridad. Nos han ofrecido manuales de conducta en el trabajo y en la vida: “hazlo de esta manera, y cuántas más piezas seas capaz de hacer mejor trabajador serás. Si tu producción va en aumento la empresa estará contenta y tu podrás prosperar”

Este ha sido un pensamiento completamente generalizado entre todos nosotros y que ya venía de la época de nuestros abuelos. Henry Ford y la implantanción del trabajo en cadena contribuyó en buena medida a todo esto. Cualquier persona podía convertirse en un trabajador valioso en cuestión de días. La única condición que tenía que cumplir era ser productivo.

En un sistema centrado en la productividad, en hacer más por menos, pronto aparecieron maquinas capaces de automatizar el trabajo. Si lo que tu hacías lo podía hacer una maquina, estabas en la calle.

De esta manera se inició una carrera hacia el fondo, una en que las empresas luchan por suspender las reglas medioambientales y laborales para convertirse en el proveedor más barato del mundo.

Décadas después llego el siguiente bombazo. La deslocalización de la economía permitió a las grandes cadenas de producción buscar mano de obra barata. Si una maquina no podía hacerlo seguro que un chino si podría. En nombre de la globalización las grandes factorías se asentaron en países donde los sueldos eran más bajos. Las no tan grandes fueron detrás.

La era industrial, la que comenzó con la Revolución Industrial, se está desvaneciendo. Ya no es el motor de crecimiento de la economía y parece absurdo imaginar que vayamos a ver en el futuro sueldos magníficos por trabajo sustituible.

 

Todo lo que se pueda recoger en un manual no será algo que proporcione un valor real. Cualquier cosa que pueda ser copiada, estandarizada y construida en masa, sin duda lo será.

Eso significa que quizá tengamos que cambiar nuestras expectativas, nuestra formación y nuestra forma de implicarnos con el futuro. Eso es mejor que luchar por algo que ya no existe y que nunca va a volver.
La buena noticia está clara: toda recesión eterna está seguida por una vida de crecimiento a partir de lo siguiente.
Al igual que ocurrió en el renacimiento, se hace necesario el retorno de una época donde se reivindique otra vez el humanismo. Una visión que dignifique y que ponga en el centro del foco al ser humano.

La creación de empleo es un ídolo falso. El futuro depende de brújulas, nuevas asociaciones y arte.  El tejido de la sociedad irá cambiando sobre la marcha. Está revolución es por lo menos tan grande como la última, y aquella lo cambió todo.

 

En un momento donde lo viejo no termina de irse y lo nuevo no termina de llegar, el reto está en redefinir lo que te hace sentir seguro. En saber bailar con la incertidumbre.

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