Vivimos en el mejor momento de la historia para crear nuevos productos y servicios. Se ha abierto una brecha ante nosotros que brinda una oportunidad para todos aquellos que están dispuestos a entender las nuevas reglas.
Sigue sin ser fácil, pero ahora es posible. Todo pasa por poner a las personas en el centro de la ecuación.
Venimos de una Era donde el individuo y las personas no existían, lo único que existía era la masa. Nuestras sociedad era masiva, el consumo era masivo; los medios de comunicación eran masivos. Y eso, entre otras cosas, significaba que tú y tus opiniones poco o nada importaban.
La industria de consumo y los grandes anunciantes habían encontrado un filón de oro en las masas. Se habían dado cuenta de que para ganar mucha pasta, homogeneizar las sociedades era lo que mejor funcionaba. Tratarnos a todos por igual.
Cuanto más iguales fuéramos, mejor se vendería todo. Los medios de comunicación de masas hacían el resto.
La tele se convirtió en el mejor aliado de los productos mediocres y los fabricantes asustadizos. No había necesidad de crear productos únicos, ni de ser auténtico, ni de tener una buena idea. Cualquier cosa que se pusiera en el lineal del super se vendía si había una buena partida previa para el presupuesto en publicidad.
La innovación, la originalidad, los productos extraordinarios eran una perdida de tiempo.
Era la época del “anunciado en TV”, un sello que se jactaba de ser un producto salido de ese gran engranaje alimentado por la industria, la agencias de comunicación y la televisión. Como si se tratase de una virtud en si misma. Tenían sin duda el chiringuito muy bien montado.
La tele no sólo mato a las estrellas de la radio, tal y como dice la canción. Se llevó por delante por delante muchas más cosas. Han sido décadas sombrías para las industrias creativas. Una época donde el campo de batalla no era otro que ese que los publicistas llaman los GPR´s o los impactos publicitarios.
No se competía por hacer mejores productos. Ni más novedosos. Los anunciantes estaban demasiado ocupados en optimizar sus inversiones en televisión.
Nada como la tele ha funcionado tan bien para crear necesidades colectivas, modas pasajeras y hábitos de consumo a gran escala. La tele, que duda cabe, ha sido una de las piezas clave en el engranaje de la economía industrial y de consumo.
Pero llegó Internet y saltó todo por los aires.
Los viejos esquemas de comunicación unidireccionales caducaron. Los consumidores empezaron a conversar; a exigir, y pusieron en jaque al viejo engranaje industria- televisión.
Internet conectó a los desconectados entorno a sus gustos, a sus necesidades y a sus rarezas. Creando todo tipo de comunidades.
La sociedad masiva y homogénea se ha venido abajo. Y ha surgido una nueva era donde el individuo tenía más poder que nunca. Hay que hablar a las personas una a una, sorprenderlas y ganarse su atención. Matar mosquitos a cañonazos ya no vale.
La gran sociedad de las masas, donde todos eramos iguales, a dado paso a los micronichos. Y eso lo ha cambiado todo.
No todas las marcas han entendido el cambio de paradigma. Muchos fabricantes se niegan a aceptar las nuevas reglas del juego. Se aferran a su vieja gallina de los huevos de oro. Y es sólo cuestión de tiempo que ellas, al igual que las modas pasajeras, desaparezcan. Y ahí empieza nuestra oportunidad.